El dolar bajo amenaza
La noticia de que la inflación en Estados Unidos se disparó al 4,2% anual en abril encendió todas las luces de alarma. Los mercados tuvieron una reacción de manual: los precios de las acciones y los bonos cayeron y el oro, último refugio de valor, subió. Pero los bancos centrales también están muy atentos. Se sabía que la salida económica de la pandemia, que incluyó políticas monetarias y fiscales fuertemente expansivas, iba a provocar presiones inflacionarias.
La pregunta es cuán intensas y prolongadas. La respuesta será clave, porque en caso de la inflación se dispare, ya se sabe cuál será la respuesta: subas en las tasas de interés que podrían ser tóxicas para las finanzas de muchas empresas que se endeudaron en los últimos años aprovechando las tasas cercanas a cero. Aumentos en las tasas de interés obligarían a recalcular todos los pronósticos.
Hasta ahora, la inflación en los países desarrollados aumentaba por debajo de la “meta” del 2% que se impusieron la mayor parte de los bancos centrales. El cierre de la economía mundial del año pasado a causa del coronavirus acentuó las presiones deflacionarias. ¿Se acuerdan cuando el precio del petróleo llegó a tener precios negativos durante un par de días? Desde entonces, mucho ha cambiado. El petróleo ya se recuperó y se vende bien por encima de los US$ 60 por barril. Además, el precio de las principales materias primas se disparó a partir de agosto pasado. El cobre, el mineral de hierro, el litio, los granos y oleaginosas han trepado más de un 50% desde entonces. El mayor precio de los alimentos, un componente clave de cualquier canasta inflacionaria, está sumando presiones a los índices de precios al consumidor.
La reapertura de numerosas actividades suspendidas por la pandemia está ocurriendo a precios mayores que en el pasado. En Gran Bretaña, por ejemplo, los precios de comidas en restaurantes, de estadías en hoteles y de la indumentaria crecieron más de lo esperado en abril. El resultado fue que el índice de precios minorista se duplicó, al 1,5% anual. No parece mucho, pero hay que tener en cuenta que todavía rigen en el Reino Unido fuertes rebajas de impuestos y del IVA introducidas como forma de aliviar los daños económicos del coronavirus. Sin esas rebajas de impuestos, la inflación ya estaría en el 3,2%, la mayor de los últimos nueve años.
Andrew Bailey, el presidente del Banco de Inglaterra (BoE, central), dijo esta semana ante la Cámara de los Lores, que está mirando los datos de inflación con “extremo cuidado” y que en caso de persistir los números que exceden la meta del 2% anual, el banco va a intervenir restringiendo la oferta monetaria y aumentando su tasa de interés, que actualmente es de apenas 0,1%. Con todo, las cifras de abril no serían suficientes como para que el BoE intervenga. Los economistas que defienden esta postura observan que la inflación núcleo (“core”), que excluye los precios más volátiles de la energía y los alimentos, pasó de 1,1% en marzo a 1,3% en abril, un aumento poco significativo.
En Estados Unidos, la Reserva Federal parece estar convencida de que el salto inflacionario de abril solo es reflejo de un fenómeno transitorio. Una mirada atenta a los precios al consumidor muestra, por ejemplo, un aumento del 10% en los precios de vehículos usados en un solo mes, algo que no había ocurrido jamás en más de medio siglo desde que se elaboran estas estadísticas. Lo que ocurrió aquí fue que la escasez mundial de semiconductores paralizó la producción en muchas plantas automotrices y el estrangulamiento en la oferta de vehículos nuevos disparó la demanda de autos usados.
Pero este fenómeno y otros similares causados por las disrupciones en las cadenas globales de abastecimiento es difícil que se reiteren en el futuro.
Históricamente la Reserva Federal siempre ha mirado la relación entre la tasa de inflación y la de empleo (la curva de Phillips) para fijar su política monetaria. Y aquí no hay demasiadas razones para la alarma. Los últimos datos muestran que el desempleo subió al 6,1% y que las empresas están contratando menos trabajadores de lo que se esperaba, dadas las medidas de estímulo que está implementando la nueva administración. De hecho, después de conocer las cifras, el presidente Joe Biden dijo que la reactivación de la economía estadounidense todavía “tiene un largo trecho que recorrer”.
La Reserva Federal, por otra parte, ya no se apresura a aumentar las tasas de interés al menor atisbo de inflación, como ocurría en el pasado. La política de “inflation targeting” que impulsa el presidente de la Fed, Jerome Powell, se ejecuta en un nuevo marco que tiene en cuenta los promedios de largo plazo. En los últimos años, la tasa de inflación estadounidense estuvo por debajo de la meta del 2%, totalizando cinco puntos desde 2007. Esto le da espacio a la política monetaria para seguir siendo laxa y cumplir su objetivo de maximizar la tasa de empleo aunque la inflación supere la meta y sea del 3% en los próximos cinco años.
Por último, una política antiinflacionaria de mayores tasas de interés es hoy políticamente inviable en Estados Unidos. La administración Biden está determinada a que esta reactivación no sea decepcionante como la de la anterior recesión de 2008/2009. Y si el precio a pagar es un poco más de inflación, que así sea, siempre que no llegue a niveles alarmantes. Como escribió recientemente Martin Wolf parafraseando a Milton Fridman: “La inflación no es un fenómeno monetario en cualquier tiempo y lugar. Es un fenómeno político”